Jaime es un niño de tercer grado. Serio, de sonrisa mínima. Se enoja con facilidad, hace berrinches cuando no consigue lo que quiere y golpea a sus compañeros para imponer autoridad. No es que no aprenda; lo hace en la medida de lo posible. Pero su actitud lo aísla. Sus compañeros lo miran con recelo. Sus maestros lo llaman “niño difícil”.
La historia de Jaime no es única y es un personaje ficticio que sirve como espejo de lo que ocurre en muchas aulas a nivel nacional: estudiantes que no son problema de conocimiento, sino de comprensión. Niños que buscan atención y posiblemente solo reciben gritos, etiquetas o castigos por parte de sus docentes y padres de familia. Fue a partir de esta realidad educativa que los doctores en educación Willian Ayala y Guillermo Mendoza, desde la Escuela de Posgrados de UNICAES, decidieron actuar.
Su propuesta se tradujo en dos proyectos de Proyección Social. El primero: jornadas de conferencias educativas que reunieron, en este mes de noviembre, a más de 300 docentes en Santa Ana y alrededor de 150 en Ahuachapán. Allí se habló de lo esencial: la finalidad de la educación sigue siendo la persona. En entrevista posterior a las conferencias, se conversó con los doctores y se trajo a colación que el profesor no puede quedarse en la premisa de referirse a ellos (los estudiantes) como la “generación de cristal”, resultado de padres ausentes, las pantallas en términos únicamente negativos, sino que debe transformar esa realidad en acción positiva. “La tecnología, incluso la inteligencia artificial, no es un problema, sino una herramienta que debe integrarse con buen uso”, explica el doctor Ayala.
El segundo proyecto fue de carácter formativo: Facilitadores de Escuelas para Padres y Madres. Este dirigido a docentes para que aprendieran a diseñar y facilitar verdaderas escuelas de padres y madres. En el Centro Escolar Católico Juan XXIII, de Santa Ana, se realizaron tres jornadas en las que los profesores descubrieron que una escuela de padres no es una conferencia pasiva, sino un espacio participativo. Allí los padres comparten sus realidades, reflexionan juntos y se convierten en protagonistas de su propio proceso de formación. Los docentes, al mismo tiempo, se vieron reflejados en su rol como madres y padres, cuestionando prácticas como la ausencia compensada con regalos o la saturación de tareas que terminan siendo más carga para la familia que aprendizaje para el niño.
En palabras de los doctores Willian y Guillermo: Este proyecto busca principalmente comprender la importancia de las escuelas para padres y madres, como espacios de formación parental, incluyendo el perfil del facilitador y las metodologías participativas para su implementación. También, diseñar una sesión de escuela de padres y madres, incluyendo contenidos de interés para las familias y estrategias metodológicas como participación activa.
Al finalizar estas jornadas, los docentes del Colegio Juan XXIII desarrollaron una simulación de una sesión de escuela para padres y madres, aplicando metodologías participativas.
En ambos proyectos, Jaime estuvo presente como recordatorio. Porque detrás de cada “niño difícil” hay una persona con grandeza y heridas. Un profesor formado en estas jornadas aprende a sustituir el grito por el estímulo positivo, a reconocer el esfuerzo y a asignar roles que encaucen el liderazgo de un estudiante como él. Una escuela de padres bien diseñada ayuda a que madres y padres comprendan que la violencia o la indiferencia no sustituyen el afecto y los límites amorosos. Y una comunidad educativa que trabaja en corresponsabilidad deja de ver problemas y comienza a construir soluciones.
Los resultados de esta primera experiencia han sido alentadores. Los proyectos ya son considerados líneas estratégicas de Proyección Social de la Escuela de Posgrados de UNICAES. Más allá de los números de asistentes, lo que se mide es la transformación de prácticas: profesores que reflexionan sobre su misión, padres que descubren nuevas formas de acompañar y comunidades que comienzan a ver la educación como un proceso integral.
Jaime, con su seriedad y sus berrinches, nos recuerda que la educación no puede reducirse a tareas, gritos o castigos. Los proyectos de la Escuela de Posgrados de UNICAES muestran que cuando docentes y familias trabajan juntos, la finalidad de la educación —la persona— vuelve a ocupar el lugar que nunca debió perder. Porque tratar a un niño como lo que puede llegar a ser es ayudarle a convertirse en aquello a lo que está llamado: Una persona feliz.


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