Comunicación en red: La verdad y la comunidad en debate
Consideremos el caso de Alberto: un joven deportista, que recién ingresó a la universidad para estudiar medicina. Beto, como le dicen sus amigos, se inclinó por esta área de la ciencia, a raíz de la emergencia sanitaria por Covid-19. El querer entender el contexto y el poder ayudar a mucha gente, fueron algunos de los criterios que sumaron para tal decisión. Sin embargo, nunca imaginó que el inicio de su vocación estaría marcado por la incertidumbre y la duda, pues la información que circulaba en la red sobre la pandemia era diversa y abundante. La familia de Beto, de hecho, dudaba de la formación que su hijo recibía en la universidad, pues siempre contradecían su postura ante la materia, asegurando que “en Internet habían leído otra cosa”.
Y es que, en un contexto digital de comunicación caracterizado por la inmediatez y el volumen de datos, presenciamos el fenómeno de las noticias falsas o Fake News, entendidas aquí como la desinformación difundida en los medios de comunicación digital y tradicional. En otras palabras, nos referimos a una estrategia de comunicación basada en información inexistente o distorsionada, que tiene como fin seducir o, más bien, manipular al destinatario para alcanzar intereses particulares – Influenciar decisiones políticas u obtener ganancias económicas, por ejemplo.
De acuerdo con el mensaje del Papa Francisco para la 52 Jornada mundial de las comunicaciones sociales, la eficacia de este fenómeno de comunicación se debe, principalmente, a dos factores:
1) su naturaleza mimética, es decir, su capacidad de aparecer como plausible; y
2) a su carácter capcioso, en el sentido de que son noticias “hábiles” para capturar la atención de los lectores y se apoyan en el recurso de apelar a las emociones para suscitar ansia, desprecio, rabia y frustración.
Aunado a estas dos características, se puede considerar las arenas donde se mueve la información en la actualidad. Los medios de comunicación tradicional han perdido autoridad en la opinión pública, con relación a la información que las personas consultan en las redes sociales. Este cambio de perspectiva se debe, en parte, al tiempo de consumo que dedican las personas en los ambientes digitales de Internet. Según la firma de investigación GlobalWebIndex, el tiempo dedicado a las redes sociales ha aumentado en promedio casi un 60% en los últimos siete años, a escala mundial: de 90 minutos de consumo por día en 2012, pasó a 143 minutos en los primeros tres meses de 2019.
En este sentido, la red es un recurso de nuestro tiempo. Constituye una fuente de acceso a la información, al conocimiento y las relaciones sociales hasta hace poco inimaginables; pero también se presenta como un ambiente propicio para la desinformación, donde la distorsión consciente y planificada de los datos y de las relaciones interpersonales, a menudo asume la forma del descrédito. Para el caso, según datos del Observador internacional sobre el acoso cibernético, con sede en el Vaticano, las estadísticas revelan que uno de cada cuatro jóvenes se ha visto involucrado en episodios de acoso cibernético.
Desde una perspectiva antropológica, la metáfora de la red nos recuerda una figura social que puede ayudar para avanzar en estas interpretaciones: la comunidad. Al respecto, en su mensaje por la 53 jornada de las comunicaciones sociales, el Papa Francisco, nos enfatiza que: “Cuanto más cohesionada y solidaria es una comunidad, cuanto más animada está por sentimientos de confianza y persigue objetivos compartidos, mayor es su fuerza”. Un hecho concreto lo describe santo Tomás Moro, canciller de Inglaterra, en la Isla de Utopía, donde nos presenta una sociedad ideal; por ejemplo: todos trabajan y producen para todos y toman lo que necesitan. No hay coerción, hay cohesión.
La comunicación humana y colectiva – en red – es una modalidad fundamental para vivir la comunión. El ser humano es capaz de expresar y compartir la verdad, el bien, la belleza; está facultado para contar su propia experiencia, describir el mundo y construir así la memoria y la comprensión de los acontecimientos.
Esta capacidad o facultad comunicativa del ser humano es un derecho natural, y se encuentra regulado en el octavo mandamiento del Decálogo: No darás falso testimonio, ni mentirás. “El octavo mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Las ofensas a la verdad, mediante palabras o acciones, expresan un rechazo a comprometerse con la rectitud moral” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2464).
En síntesis, la lógica natural y antropológica nos invita a buscar en la comunicación en red, un lugar para expresar la propia responsabilidad en la búsqueda de la verdad y en la construcción del bien común. El mejor antídoto contra las falsedades, nos recuerda el Papa Francisco en su mensaje para la 52 jornada de las comunicaciones sociales, no son las estrategias de comunicación, sino las personas; personas que, libres de la codicia, están dispuestas a escuchar y permiten que la verdad emerja a través de la fatiga de un diálogo sincero. Personas que, atraídas por el bien, se responsabilizan en el uso del lenguaje.
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