El rol de la Iglesia en los procesos de independencia
Por Mons. y Lic. Romeo Tovar Astorga
La segunda época de la Edad Moderna desde la Ilustración, siglo XVIII fue hostil a la Revelación. Durante el siglo XVIII se desarrolló la nueva ideología anticristiana que repercute en la Iglesia. Al periodo de las luchas en favor o en contra de una determinada confesión cristiana sucede el periodo de la lucha contra el cristianismo en cuanto tal, contra la Fe. A la época creyente en la Revelación sucede la época hostil a la Revelación. Esta época se divide en dos partes perfectamente delimitadas por la Revolución francesa. La primera mitad, es decir, el siglo XVIII, es la época de la Ilustración: lucha contra la Fe y la Revelación y contra su defensora, la Iglesia.
Durante el siglo XVIII se desarrolló la nueva ideología anticristiana que repercute en la Iglesia
La segunda parte, el siglo XIX es la época de la incredulidad radical.
Pero mientras el siglo XVIII no proporcionó en conjunto a la Iglesia más que ataques y perjuicios, el siglo XIX trajo una nueva estructura que marca un hito en su historia.
En el transcurso del siglo XVIII el frente de batalla contra la Iglesia, que geográficamente se hallaba situado en Francia se extiende, a través del espíritu de la Ilustración francesa, a los países de Europa y de América. Una nueva época universal comienza en la historia de la Iglesia.
- Nacimiento y esencia de la nueva ideología
La nueva visión del mundo se resume en este nombre: Ilustración. Esta denominación encubre un gran número de ideologías muy diversas; su ideal lo constituye la naturaleza, lo natural, es decir, la razón considerada como una realidad independiente (autónoma): religión natural, derecho natural, Estado natural. Esta razón se encuentra en intima contradicción con lo sobrenatural, con la revelación. Si existe Dios, no interviene en el curso de la naturaleza; este proceso se desarrolla según leyes prefijadas e inmutables, puede ser medido y constatado, y no deja resquicio alguno para el milagro. La exaltación más grade y más unilateral (y, en el fondo, increíblemente ingenua) de la razón y de la ciencia da la tónica a esta postura espiritual, que desemboca en la Revolución francesa, en la religión de la razón. Este entusiasmo nace de la convicción progresista, que es radicalmente acristiana.
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